jueves, 9 de junio de 2011

UNA CIUDAD EN NUESTRO NORTE


Una ciudad en nuestro norte.
Vine a esta ciudad porque me dijeron que acá existía la vida, no gentes ni animales, simplemente la vida. Me lo dijo mi padre un momento antes de que abordáramos ese camión que era conducido por un hombre gordo, el cual sólo nos regaló una sonrisa, escalofriante y notablemente fingida, al saber hacia dónde nos dirigíamos.
Era domingo, papá sólo tuvo tiempo para acompañarme a casa de mi abuela porque tenía que volver a la frontera debido a que al día siguiente tenía jornada laboral.
Entre disparos en las calles, y sirenas de ambulancias, esa noche dormí pensando en lo que pasaba ahí afuera, sin embargo desde mi llegada me habían comentado: “Cuando escuches disparos, ni te asomes. Aquí no pasa nada”.
A la mañana siguiente intenté encontrar un buen lunes, o cuando menos un lunes ameno. Pero los lunes eran opacados por ese silencio con olor a resaca de personajes con sombreros extraños y botas con pieles de animales, los cuales mueren sin derecho a defenderse. Apáticos lunes regalando lastima por los rincones. ¿Por qué me robaron mis lunes? fue la primera pregunta mi mente.
Luego me llené de muchas tardes, paupérrimas,  que buscaban arder en llamas, sin tener un buen pasado mañana. Calles envueltas en el prejuicio. Hombres y mujeres caminando sin ton ni son. Nepotismo burocrático a la orden del día. “De ranchero a diputado” era su canción preferida.
Doña Perfecta es el nombre de esa tía que obligó a su hija a casarse con el hijo del presidente municipal, auto reelegido durante cinco ocasiones. Esto debido a que desde pequeña habían pagado cien mil pesos y un rancho, a las afueras de la ciudad, por ella. El trato fue cerrado, luego de varias negociaciones, tres días después en que descubrieron a su esposo robando ganado del rancho del Don Felipe, el más grande cacique de la región.
Mientras me arriesgué a conocer la soledad, noviembre llegó secuestrado por el frío, y aquella luna de octubre se desvanecía, opacada, entre el humo burgués de esta ciudad.
Aun mayor mi decepción cuando descubrí que recursos como Internet sólo es utilizado para navegar en redes sociales, o chismógrafos gigantes,  y para descargar música sin un mínimo de nivel cultural, conformándose con narco-corridos o ese género que denigra tanto a la mujer, al que llamo reggaetonto. Mentes obsoletas bloqueadas con una lírica destructora de vidas.
Me fui de esta ciudad porque aquel hombre gordo, en su sonrisa escalofriante y  notablemente fingida, había escondido mi desgracia.


por:  Jesus caro

No hay comentarios:

Publicar un comentario